La evaluación de la huella ecológica tiene por objeto incorporar la evaluación de la sostenibilidad ambiental en todas las evaluaciones (y en todos los sistemas de seguimiento), y no solo en aquellas que tienen objetivos ambientales explícitos.
La evaluación de la huella ecológica no es una metodología específica ni un enfoque rígido vinculante, sino un conjunto emergente de prácticas y principios desarrollados en el transcurso de actividades internacionales de colaboración y adaptación en curso para que se pueda utilizar en diferentes contextos. Si bien la etiqueta proviene de la noción de la “huella” que dejan los humanos en el medio ambiente, la evaluación de la huella ecológica supone más que simplemente calcular la huella ecológica de las intervenciones de un programa; implica explorar los diferentes tipos de nexos (o “conexiones”) entre los sistemas humanos y naturales.
La definición de sostenibilidad del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) refiere que se trata de un “proceso dinámico que garantiza la persistencia de los sistemas naturales y humanos de forma equitativa” (IPCC, 2018, p. 559). Quiere decir que sostenibilidad significa perseguir los objetivos de preservación y restauración de los sistemas humanos (por ejemplo, equidad y seguridad alimentaria) al mismo tiempo que los objetivos de preservación y restauración de los sistemas naturales (por ejemplo, biodiversidad y niveles de dióxido de carbono en la atmósfera). En vista de la severa degradación de los sistemas naturales a la fecha, es necesario fijar los estándares de desempeño de la evaluación de sostenibilidad en, como mínimo, no causar daños al medio ambiente, para al final desplazarnos hacia un estándar de desempeño que implique la restauración de los sistemas naturales.